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Si alguien nos preguntase cual es nuestro objetivo en la vida, ¿Cuántos de nosotros contestaríamos un rotundo SER FELIZ?

La felicidad se ha convertido en una palabra comodín que inunda todos los aspectos de nuestra vida, convirtiéndose en la vara de medir nuestra manera de gestionar nuestra vida. Pero, ¿Tenemos claro qué es la felicidad?

Existen cientos de definiciones de felicidad, unas centradas en los logros, otras centradas en los vínculos… seguramente, si nos paramos a pensar, todos nosotros podemos tener al menos dos definiciones de lo que es la felicidad:

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Nuestra felicidad ideal: ese concepto ideal de lo que es la felicidad, muchas veces inalcanzable  y poco realista.

Nuestra felicidad real: aquellos momentos en los que somos felices, aquellas actividades de nuestra vida que nos aportan bienestar, aquellas personas que nos rodean y hacen que nuestra vida sea mejor…

Esta situación nos lleva a plantearnos: ¿Cuál de las definiciones tiene más peso para nosotros?

Vivimos en una sociedad en la que el “nunca es suficiente” llega a cada rincón de nuestro cerebro, en la que el marketing nos vende que siempre hay algo mejor, algo a lo que debemos aspirar. Esta situación refuerza el hecho de que muchas personas vivan pensando que la felicidad es algo que aún no han alcanzado, que es un objetivo a perseguir y que necesitan ciertos aspectos (en muchas ocasiones materiales) para llegar a ella.

Enfocarnos en nuestro concepto de felicidad ideal nos hace restar importancia y, en ocasiones, pasar por alto, nuestra felicidad real, haciendo crecer en nosotros sensaciones de vacío, de desesperanza y de desvalorización.

Si tuviéramos que dar nombre a los enemigos de la felicidad, destacarían los siguientes:

No priorizar la felicidad.

En ocasiones tomamos decisiones priorizando otros aspectos, sin tener en cuenta nuestra felicidad. Eso hace que no nos comprometamos con nuestras decisiones y saltemos de unas a otras sin un criterio claro.

No practicar la gratitud.

Buscar siempre más, mejor y lo que nos falta, nos hace ser tremendamente desagradecidos con lo que sí tenemos. No valorar los aspectos que sí funcionan, nos pueden hacer no trabajar en su mantenimiento, pudiendo llegar a perderlos y caer en el “no valoras algo hasta que lo pierdes”.

No concentrarnos en lo que nos llena.

El psicólogo Mihalyi Csikszentmihalyi comienza a desarrollar en 1975 el concepto de flow (en castellano se traduce como fluir o flujo) definiéndolo como la “Experiencia optima extremadamente disfrutada”. El ritmo de vida que tenemos, muchas veces nos impide concentrarnos en lo que nos gusta y dejarnos zambullir en ello sin tener en cuenta el reloj.

Querer controlarlo todo.

Cuando el control es una prioridad en nuestra vida, sin duda le está restando espacio a la felicidad. El control nos engaña, haciéndonos pensar que cuando todo esté bajo control, seremos felices. Sin embargo, en un mundo en continuo cambio, el control se convierte en una pescadilla que se muerde la cola, creando un bucle infinito, que nos aleja de la felicidad.

No tomar la responsabilidad de nuestra felicidad.

“Si mis amigos me hiciesen más caso”, “si mi jefe me valorase”, “si mi pareja fuese más proactiva”… todas estas frases delegan nuestra felicidad en las personas que nos rodean. Tomar responsabilidad nos cuesta, y hacernos responsables de nuestra propia felicidad y de nuestro bienestar en ocasiones nos resulta complicado. Esto nos lleva a delegar en los demás el hecho de que seamos más o menos felices, generando un rol pasivo e instaurándonos en la queja.

Para mí, la felicidad no es más que momentos en los que nos sentimos alineados y comprometidos con nuestro presente. Puede ser un objetivo, pero, tal y como hemos visto en la lista de enemigos, debe ser un objetivo que esté presente en nuestro día a día y no tanto a largo plazo, basado en nuestra propia responsabilidad y ámbito de control, que nos lleve a disfrutar de lo que tenemos, y no tanto a hacer huidas hacia delante, y que nos lleve a comprometernos en acciones que hagan que nuestra vida cuente en satisfacción y no en minutos.

Sara Ferro Martínez

Psicóloga y coach

Grupo Crece